viernes, 25 de enero de 2019

Voltaire

A Voltaire le debemos el ejemplo de alguien que fue fiel a sí de principio a fin;
que nos ofreció un ejemplo de dignidad y de independencia personal, y defendió la valía del individuo por encima de cualquier prejuicio (uno diría que incluso por encima de la propia verdad).

Voltaire, a quien tanto le gustaba que lo adoraran, se encargó con sus propias conductas de desmitificarse a sí mismo, cosa que tiene su punto de admirable. No dudó en pagar aplausos en sus obras de teatro, atacó implacablemente a quien le resultaba antipático que se lo pregunten al pobre Rousseau, que fue objeto de su encarnizada persecución, supo acercarse al sol que más calienta entre la ralea de ricachones y poderosos. Pero, por mucho que los adulara, tampoco se callaba, llegado el caso, a la hora de criticarlos o contrariarlos, y a menudo fue expulsado con cajas destempladas de los mismos sitios en los que había sido loado.

Ese Voltaire que siempre nos sonríe, altivo y socarrón, desde todos sus retratos, nos invita a reírnos del mundo y, sobre todo, de nosotros mismos. En un tiempo aún lleno de oscuridades y dogmatismos, mostró lo que es una libertad que no se somete y una razón a la que ningún chantaje priva de pensar por sí misma: «El hombre es el único animal que llora y ríe».

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