martes, 19 de marzo de 2019

La entropía de lo bueno

La pena viene sola; en cambio, la alegría hay que ganarla.
¿Será la tristeza más natural que la alegría? Probablemente. 

    Porque estamos hechos para ver el dolor antes que la dicha. Porque el dolor sucede, y al gozo hay que hacerlo suceder. Y porque la vida nos gasta y nos somete ―«Vivir es perder», y nuestro proyecto es siempre un desafío a su resistencia. En definitiva, es como si hubiese una entropía de lo bueno: por sí mismo se pierde; en cambio, para ganarlo hay que poner energía. La felicidad tiende a disiparse.

Cabe entonces pensar que lo bueno es la excepción, que la alegría, como la vida, es una extraña inversión de la tendencia universal a la caída, y que por ello hay que cultivarla y protegerla, en contra de los elementos, que son el daño y la muerte. Así se perfila el destino humano, y así lo vio Camus cuando nos comparaba con Sísifo, que empujaba su roca hacia la cima para ver cómo luego volvía a rodar ladera abajo. ¿Es que no descansaremos nunca? Nunca, mientras sigamos vivos: descansar es morir, entregarse es caer.

Y, sin embargo, Camus ya entreveía algo grande y hermoso más allá de ese esfuerzo absurdo, llamado a malograrse: aun sabiendo de la derrota final, nuestra lucha está llena de dignidad y de belleza.

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