La inconsciencia tiene algo de suerte. Los niños la disfrutan,
y hay que protegérsela, mientras se dosifica su acceso al conocimiento. En eso
consiste educar.
Nuestras raíces originarias se remiten al
árbol de la Vida, que poco a poco da paso al árbol de la Ciencia. Saber, como
simboliza el mito, es ir perdiendo la inocencia. ¿Vale la pena? A veces uno
tiene la tentación de pensar que no, que seríamos mucho más felices corriendo
en cueros por la sabana. Pero la historia nunca va hacia atrás, y estamos
llamados a descubrir, a madurar, a sufrir el peso de la conciencia que a la vez
nos hace más libres. Para quien ha empezado a saber, para quien ya ha sido
expulsado del paraíso, no hay más camino que seguir adelante, y, con suerte,
encontrar una felicidad nueva en el conocimiento.
La locura es una especie de
desmoronamiento de la conciencia, de inmersión en la inocencia perdida. Pero
dudo que la mayoría de los locos sean felices: basta con que les quede algo de
cordura para que sepan, en el fondo, que su regresión es una cárcel. Me temo
que no merecen nuestra envidia, como no la merecen los Peter Pan que se niegan
a crecer y se comportan toda la vida como los niños que no son ni volverán a
ser jamás. Si la inconsciencia es una suerte, no es la nuestra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario