sábado, 23 de marzo de 2019

La inconsciencia

La inconsciencia tiene algo de suerte.
Los niños la disfrutan, y hay que protegérsela, mientras se dosifica su acceso al conocimiento. En eso consiste educar.

Nuestras raíces originarias se remiten al árbol de la Vida, que poco a poco da paso al árbol de la Ciencia. Saber, como simboliza el mito, es ir perdiendo la inocencia. ¿Vale la pena? A veces uno tiene la tentación de pensar que no, que seríamos mucho más felices corriendo en cueros por la sabana. Pero la historia nunca va hacia atrás, y estamos llamados a descubrir, a madurar, a sufrir el peso de la conciencia que a la vez nos hace más libres. Para quien ha empezado a saber, para quien ya ha sido expulsado del paraíso, no hay más camino que seguir adelante, y, con suerte, encontrar una felicidad nueva en el conocimiento.

La locura es una especie de desmoronamiento de la conciencia, de inmersión en la inocencia perdida. Pero dudo que la mayoría de los locos sean felices: basta con que les quede algo de cordura para que sepan, en el fondo, que su regresión es una cárcel. Me temo que no merecen nuestra envidia, como no la merecen los Peter Pan que se niegan a crecer y se comportan toda la vida como los niños que no son ni volverán a ser jamás. Si la inconsciencia es una suerte, no es la nuestra.

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