sábado, 30 de marzo de 2019

Reparar la casa

¿Se puede seguir insistiendo en construir mientras todo se desmorona?
¿Tiene sentido planear adentrarnos en frondosos bosques cuando se marchitan las plantas del jardín? ¿Vale la pena defender la ilusión si nos están robando el suelo bajo los pies?

Hay ocasiones en la vida en que tal vez lo mejor sea dejar de correr y detenerse a reparar la casa donde habitamos. Son momentos para mantenerse humilde y realista, y, en lugar de concebir grandes alturas, conformarse con que los muros que tenemos nos guarezcan y no se nos caigan encima. Hay ocasiones en las que tenemos que hacer acopio de aliento y de refugio, y aceptar las limitaciones que nos impone la convalecencia como un precio por curar la enfermedad. Hay veces en que hay que dejarles a los otros el futuro, y conformarnos con que no nos arrebaten del todo el presente.

Las lecciones de esos momentos son tal vez las más difíciles: la paciencia, el tesón, la prudencia, la gratitud, la aceptación… Es en ellas donde nos lo jugamos todo. Pero si superamos la tentación de hundirnos y el impulso de huir hacia delante, si somos capaces de replegarnos en nuestro mundo pequeño y vulnerado, y restañar heridas y afirmar que todo saldrá bien, el futuro, cuando vuelva a llamar, nos encontrará más preparados.

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