Mirando con ánimo compasivo y con intención pragmática,
actitudes que a primera vista tildaríamos de reprochables pueden parecernos
comprensibles.
Esto plantea lo relativo del juicio ético: hay cosas que no son
buenas en sí, pero que tampoco podemos calificar de malas, al menos siempre y
para todos. La envidia es un deseo de mal, como el resentimiento y el odio en
general, pero a la vez todos ellos son instrumentos del bien del sujeto: la
envidia vela por no quedar atrás, el rencor procura no olvidar lo que reclama
una restitución, el odio puede prevenirnos y defendernos…
La ética tiene que saberse
siempre provisional, y aspirar a completarse sin tregua con nuevas
perspectivas, ensancharse con marcos más amplios en los que aquello que una
visión simplista tildaba de reprobable (o de virtuoso, pues también lo bueno es
una simplificación) adquiere sentidos inesperados. El principal deber de la
ética es mantenerse alerta y no dar nada por sentado, dispuesta a revisar lo
que haga falta. No se trata, obviamente, de caer en un relativismo que de hecho
acabaría con la ética misma, al robarle todos los valores y todos los
principios. Se trata de recordar que la ética es una elección humana, libre y personal,
y que por eso tiene más de proceso que de obra cerrada y definitiva.
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