viernes, 1 de marzo de 2019

Salud

Tienen razón los viejos: la salud va delante,
porque somos un cuerpo y fuera de él no hay nada, ni siquiera espíritu. 

    La salud, como la felicidad, mientras se tiene, es algo que se da por sentado, que nos pasa desapercibido y dejamos de valorar. La salud, como la felicidad ―y quizá la salud sea toda la felicidad, como ya nos sugería Epicuro―, solo se nota cuando nos falta: otro tópico que pocas veces nos sirve para administrarla mejor. Por eso necesitamos repetírnoslo.

Los jóvenes no piensan en la salud porque les sobra, y aprietan sin miramiento el acelerador; para eso está la juventud, mientras el cuerpo responde. Pero el tiempo va ahondando la fragilidad, y más tarde o más temprano hay que empezar a cambiar algún hábito o renunciar a algún exceso. La edad nos pone límites y nos descubre el deterioro. Quizá lo veamos antes en los demás, pero en cada caída ajena intuimos un avance de la propia. Tras el alivio de un dolor de cabeza o de una indigestión apunta una nueva sabiduría de los valores, un nuevo concepto de la felicidad. Así debió gestarse la luminosa sabiduría de Epicuro, entre cólico y cólico.

La salud no es un deber, allá cada uno con sus cuentas. Pero eso, como toda libertad, debería hacernos más consecuentes con lo que realmente importa.

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