El filósofo Harry Frankfurt ve en la preocupación por
alguien un indicio de amor. Lo que nos preocupa, obviamente, nos importa. «El
amor es, fundamentalmente, una preocupación desinteresada por la existencia de
aquello que se ama, y por lo que es bueno para él». Dejando a un lado lo
discutible de «desinteresada» ―¿puede interesarnos lo desinteresado?―, es sugerente señalar
que amor y preocupación vayan de la mano.
Sin embargo, más que por la
preocupación, el amor tal vez se
distinga por la ocupación. Porque la
ocupación es amor en marcha, es el despliegue del amor; la preocupación es amor
en proyecto, es amor no realizado y quizá no realizable. El futuro nos
preocupa, el presente nos ocupa. Claro que cuando amamos tiene que haber
preocupación (porque querríamos prolongar la felicidad del amor, porque
queremos la felicidad de la persona amada), pero solo porque hay ocupación (es
lo que queremos conservar, es lo que hemos decidido que vale la pena).
En la
preocupación no hay actos, sino solo expectativa y temor, quizá esperanza, y en
cualquier caso impotencia ante lo que no depende de nosotros. En cambio, la
ocupación incluye esfuerzo y voluntad, y por eso el amor es, en efecto, un
arte, como opinaba Fromm, y una potencia, como decía Spinoza.
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