Los problemas mayores, esos que comprometen la dignidad y
el bienestar nuestros y de otros, esos que rasgan como un hachazo la delicada
urdimbre de los días y dejan ruinas y amenazan con llegar aun más lejos, los
que nos quitan el sueño y minan el presente y enlodan el futuro, los problemas
gigantes que lo trastocan todo son los que apelan con más premura a nuestra
prudencia, a nuestra entereza, a nuestra ecuanimidad.
No podemos dirigirnos
a ellos con la ligereza de lo habitual. Tenemos que echar mano de nuestros
mejores recursos, y del apoyo de quienes pueden ayudarnos, siquiera sea para
apoyarnos en los momentos en que flaqueemos. Cuando nos sentimos desbordados y
duele nuestra vulnerabilidad, tiene que haber alguien que pueda tomar el
testigo y ponerse en primera fila, mientras nos reponemos y hacemos acopio de
nuevas fuerzas. Es entonces cuando no podemos permitirnos el lujo de estar
solos o de pretendernos héroes. ¿De qué nos serviría despeñarnos, de qué les
serviría a los demás que dependen de nosotros? Si nos sentimos cerca del
límite, hay que pedir ayuda, hay que turnarse al frente, hay que sentir el
apoyo y el aprecio que nos reconstruyen.
La vida nos pone a prueba y
hay que responder. Necesitamos la mano amiga que contiene y empuja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario