viernes, 17 de mayo de 2019

A cada uno lo suyo

Buena parte de nuestras inquietudes proceden de la confusión entre lo que es nuestro y lo que corresponde a los demás.
En los dos sentidos ―lo mío en el otro, lo ajeno en mí―, esa proyección nos pierde y nos hace sufrir en balde: pretender que los otros den la cara por nosotros, o creer que podemos hacernos cargo de las responsabilidades ajenas. Hay que estar atentos para ser fieles a aquello de «A cada uno lo suyo».

Esa confusión no es gratuita, no sucede casualmente o por mera ignorancia. Apropiarnos de lo ajeno nos sirve para sentirnos importantes, y más a menudo para evadirnos de lo nuestro. Cuando protegemos más de la cuenta, cuando tomamos decisiones que no nos competen, cuando confundimos la amistad con la intromisión, estamos alimentando a nuestro ego a costa del otro, o por lo menos estamos distrayéndonos de la tarea que nos concierne. Aun más evidente es lo que ganamos delegando lo nuestro en los demás: la vida pesa, la libertad da miedo, siempre es una buena coartada tener a alguien a quien echarle la culpa.

Por lo que respecta a la responsabilidad, muchos intentarán cargarnos con las suyas: hemos de apresurarnos a devolvérselas, como si hubieran perdido la cartera por la calle: «Me parece que esto es tuyo».

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