Lo glosaba Gabriel Celaya y lo cantaba Paco Ibáñez, en
una poesía sobre la poesía, pero también sobre la lucha necesaria para
conquistar el futuro. «Tocar fondo» es trágico y esperanzador: porque supuestamente
se ha llegado a lo peor, y a la vez porque, precisamente por eso, solo queda lo
mejor, si uno es capaz de merecerlo y conquistarlo.
De joven, escuchar
esa canción me animaba por lo que tenía de esperanza, porque me hacía pensar
que la angustia más terrible guardaba en sí la semilla de la mejora, que germinaría
pronto. Pero lo cierto es que el progreso no sucede por sí mismo, que uno puede
quedarse en el fondo toda la vida y que, en realidad, siempre se puede ir más
abajo, siempre puede ser peor. La conclusión es que salvarse no suele venir
solo, hay que conquistarlo: salvarse es una tarea sin garantías que hay que
acometer constantemente, con pertinacia, con obstinación, con inteligencia, y
también con modestia.
¿Salvarse de qué fondo? De
la tristeza, de la impotencia, de la indignidad, del miedo… De lo que no queremos
para nosotros ni para nadie. Hay cosas que no tenemos más remedio que aceptar,
pero otras son inaceptables: cuando tocamos un fondo, es preciso nadar para ir
hacia arriba, y solo nosotros podemos hacerlo.
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