martes, 7 de mayo de 2019

Aire libre

Cuando algo nos abruma y, por vueltas que le demos, no sacamos agua clara, podemos hacer algo útil:
aparcarlo de momento e ir a otra cosa. 

    A veces, para hallar una respuesta incluso incompleta y provisional lo mejor es alejarse y dejar que las cosas maduren por sí solas. Puede que la intuición nos ofrezca opciones inéditas, concibiendo nuevas perspectivas del problema y despertando ocurrencias más allá de la razón.

Hay una sabiduría que reside en el cuerpo, y por eso es bueno recurrir a él cuando la mente entra en colapso. Levantarse, cruzar la puerta y salir al mundo. Dar un paseo en una mañana soleada, dejarse acariciar por el sol de invierno y por la hospitalaria naturaleza. Ensanchar el panorama, divisar lejanías que nos liberen de la estrechez de nuestros muros. Descansar del parloteo confuso del cerebro, exponiéndonos al rumor del viento o el canto del agua, al vuelo de los pájaros o lo remoto de los horizontes. Volcarse en lo exterior, ajeno a nuestras narcisistas elucubraciones, puede bastar para aproximarlas a su nulidad. Charlar con alguien de fruslerías, intercambiar unas sonrisas, ver correr a unos niños, transmite una verdad difusa que nos sosiega. Los franceses lo llaman «el gran aire», nosotros aire libre: todo alude a la amplitud frente a la obcecación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario