sábado, 4 de mayo de 2019

Apego a nuestros problemas

La mayoría de la gente no quiere resolver sus problemas.
Lo que queremos, en general, es hacerlos llevaderos, librándonos, en la medida de lo posible, de sus malas consecuencias, a menudo haciéndoselas pagar a otros. 

    Siempre que podemos y con las artimañas que se nos ocurren, endosamos a los demás (o al destino, o a nuestra triste infancia) la responsabilidad de lo que nos sucede e incluso de lo que somos y hacemos.

Sartre llamaba «mala fe» a esta tendencia tan humana a culpar al mundo de lo que, en realidad, depende de nosotros. Mala fe, en efecto, cuando se puede elegir algo distinto y uno permanece anclado en lo conocido, seguramente, por pereza o por temor. ¿Cómo interpretar, si no, este apego a nuestras dificultades habituales? ¿No será que creemos necesitarlas de algún modo, que no nos atrevemos a concebirnos sin ellas? ¿No será que tienen, como dicen los psicólogos, ganancias secundarias, consecuencias que de algún modo nos convienen y a las que no queremos renunciar? ¿No será que en su aparente desamparo nos procuran refugios o beneficios clandestinos? Al menos podríamos reconocer que en nuestros problemas no se vive tan mal, que son lo que buenamente nos ha salido y no tenemos ganas de esforzarnos por superarlos.

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