Prendo más Almenaras, discretas antorchas que puntean mi
horizonte. Alumbrando de razón la vida, que no la necesita. Para seguir indagando
en su tejido, tan simple a ojos del tiempo, tan enmarañado desde nuestra insignificancia.
Continuar haciendo preguntas y ensayando respuestas, con mayor o menor fortuna.
Mis Almenaras son la destilación paciente de los
recovecos de mi existencia. De ellos quieren rescatar más el perfume que las
razones, siempre tan ambiguas y huidizas. Se me ocurre algo que no me parece
disparatado y lo recojo como lluvia en el desierto, para luego saborearlo
calmadamente en los ratos de sed. Hay aguas más limpias y más sabias, pero
estas son las mías.
Por lo demás, todos
seguimos queriendo lo mismo: que la vida sea llevadera y, si es posible,
gozosa. Pensar puede ayudarnos, pero, en verdad, no creo que mucho. No hay
pensamiento que oponerle a un dolor insoportable. Y una alegría deslumbrante se
basta a sí misma, no le hace falta pensar. La filosofía camina, peregrinando
por esa vasta tierra de nadie, entre el sufrimiento inapelable y el gozo
rutilante, y procura ponerles señales a las sendas buenas. «Filosofamos porque
no somos felices», asevera Comte-Sponville. Para orientarnos, para guarecernos,
para sembrar algo de alegría. Seguimos.
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