martes, 4 de junio de 2019

Diarios de gozos

Entregamos sin pestañear nuestras horas valiosas
las que deberíamos reservar para el amor y el descanso
a los desasosiegos. ¿De verdad se lo merecen? Nadie les buscará solución por nosotros, pero, ¿hay que hacerlo a costa de una dulce rendición al sueño, un manso paseo o un juego con nuestros hijos?

Hay que ponerles coto a los heraldos de la adversidad. Siempre habrá problemas, porque así es la vida y así es nuestra naturaleza: reservémosles un tiempo y un lugar, pero defendamos de ellos lo demás. «Bástele a cada día su propio mal», escribía el Papa Juan XXIII: si con algo hay que ser desprendido es con lo que nos inquieta. Nos preocupamos demasiado, se diría que casi ávidamente: porque le tenemos miedo al miedo, porque tenemos prisa por resolverlo todo. Hay que aprender a tolerar la inquietud permanente, familiarizarnos con ella como con un convidado fastidioso que no se irá.

En cambio, ¡qué poco reverentes somos con nuestras alegrías! Apenas las miramos y pasamos a otra cosa, cuando muchas de ellas son verdaderos privilegios. La salud, el techo, la amistad, la lectura deleitosa o el paseo plácido son dones maravillosos y escasos. Mis viejos diarios eran un inventario de pesadumbres: deberíamos escribir, más bien, para enumerar los gozos.

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