domingo, 30 de junio de 2019

Amor y libertad

No todos los amores sucumben a la erosión del futuro.
¿Cómo lo consiguen? Insistiendo en el amor, es decir, en el respeto, en la admiración, en la afirmación de la libertad del otro. Admitiendo la persistencia de la soledad: «Las cuerdas de un laúd están separadas aunque vibren con la misma música», dice Kahlil Gibran.

En efecto, el amor no está para curarnos de nuestra soledad, sino para honrarla. El milagro no es fundirse en uno, ensueño imposible, de resonancias uterinas, y en cualquier caso inquietante, pues todos nos sentimos impelidos por la vocación de ser, como dijo Spinoza, no de diluirnos en otra cosa. El milagro reside en que, aun estando separados por un abismo, podemos vernos, reconocernos y venerarnos. Así lo entendía Rilke: «El amor que consista en que dos soledades se defiendan mutuamente, se delimiten y se rindan homenaje».

Un amor así, respetuoso y paciente, cálido y tolerante; un amor que cuida la distancia como la proximidad, lo singular como lo compartido; un amor que se desea más generoso que exigente, que siempre bebe pero nunca apura la copa, que siempre escancia pero nunca vacía la jarra; un amor, en fin, que se hace futuro custodiando el presente, eterno a fuerza de transitorio: ese amor tal vez dure, mucho o poco, lo suficiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario