miércoles, 24 de julio de 2019

Límites de la entereza

Los estoicos nos sugieren entrenar el ánimo para hacer frente a cualquier envite de la vida.
Les parecía posible afrontar con entereza cualquier circunstancia, por dolorosa que fuera. 

    Su proyecto nos da fuerzas o al menos esperanzas, pero adivinamos en él un exceso heroico que no nos convence: «Es feliz el que está contento con las circunstancias presentes, sean las que quieran», afirma, por ejemplo, Séneca. Parece demasiado pedir para un ser tan endeble y tan vulnerable como el humano.

«El dolor manda», replica Comte-Sponville, más inclinado a pensar que nuestro aguante tiene límites y que es más sabio atenerse a ellos que soñar con omnipotencias heroicas. «Lo más oportuno es gozar de una dicha modesta y de una desdicha serena: ninguna de las dos son merecidas». Pero hay veces que la adversidad es demasiado grande, y no podemos soportarla con serenidad: se trata entonces, probablemente, de sufrirla con resignación, de oponerle ―si se puede― algún resguardo, y de esperar a que escampe la tormenta y las cosas, que siempre pueden ir peor, vayan mejor.

«Sigo estando deprimido, pero ya no me importa», explicaba un maestro zen sobre la iluminación. Quizá sea esa la máxima entereza a la que podemos aspirar.

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