miércoles, 28 de agosto de 2019

Chivos expiatorios

La multitud se nutre de chivos expiatorios.
René Girard lo explicó bien: nada nos une con más fuerza que el odio ―esto es, el miedo vuelto hacia fuera―, aunque sea inventado, aunque sea monstruoso, aunque nos empuje al delirio colectivo. Los que de otro modo tal vez pelearían entre sí, o se ignorarían unos a otros, ahora se asocian frente al enemigo común, cooperan en su esfuerzo por defenestrarlo.

El linchamiento nunca tiene razón, aunque surja de demandas justas. Suspende el criterio y la norma, que son los garantes del derecho; y solo el derecho mantiene en pie el proyecto ético: cuando se renuncia a él no quedan más que el fanatismo y la arbitrariedad. Sin derecho no hay personas, solo turbas: la película La jauría humana lo refleja descarnadamente. En medio de una apoteosis de violencia, el sheriff defiende la cordura haciendo valer la ley. La ley es lo que nos articula en pos de un proyecto colectivo, lo que contiene el abuso y protege al débil, lo que vindica la justicia aunque no la garantice. En el linchamiento, el presunto culpable se transforma en víctima: sin el derecho, todos perdemos.

En definitiva, el linchamiento es la vulnerabilidad humana hecha atrocidad; es la bestia irracional que toma el mando y nos remonta a lo primitivo.

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