domingo, 25 de agosto de 2019

Las añagazas del miedo

A veces tengo mucho miedo. ¿De qué?
¿De la muerte? ¿Del descontrol? ¿De la soledad? ¿De la pérdida? ¿O será que disfrazo de miedo otras cosas menos justificables, como la frustración, la rabia, la insatisfacción…?

A veces me pregunto si todos esos motivos que me hacen infeliz no son modos de expresar una desdicha que los precede, meros “temas” que concibo para rellenar una especie de horror vacui. Es como si contara con una línea de base de preocupación que tendiese a mantener, un mecanismo homeostático que trabaja para sostener un nivel constante de inquietud. Cuando no tengo problemas reales, me los invento. Y cuando me siento demasiado bien, procuro asegurarme de que nuevos contratiempos le hagan de contrapeso.

La felicidad nos expone, el miedo nos esconde. Mientras uno se siente asustado, tiene excusa para no hacer nada distinto, tiene coartada para reclamar la clemencia de los demás. Ser infeliz es ir por el mundo con una pancarta de “no me ataquen, por favor, ya sufro bastante”. Además, ser feliz es exponerse a perder. Hay algo quieto, algo de amparo en la melancolía.

Los psicólogos lo dicen: la felicidad es no tener miedo, o no temerle. Dichosos los que no echan mano de las aviesas añagazas del miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario