miércoles, 14 de agosto de 2019

Gente

La gente suele ser interesante y simpática.
Ignoro si son buenos, pero puedo ponerme en su lugar y comprender su alegría, y aún más su dolor. Escucho sus relatos con respeto, el rumor de sus arroyos subterráneos.

Pero muchos abusan: con su parloteo, con sus exigencias. Me cansan las escenificaciones que requieren un espectador, las tramas que exigen un cómplice: las víctimas buscan verdugos, los tiranos esbirros, los pretenciosos admiradores. Harán lo imposible por acercarte al papel que necesitan: palabras seductoras, ofertas y propagandas, trampas, pulsos, amenazas…

Yo suelo ceder de entrada, y ahí empieza mi error. Primero, porque sin límites la gente se crece aún más en sus papeles. Segundo, porque me arrinconan a mí en el que asumo (somos así de simples). Tercero, porque cada vez piden más (somos así de niños). Cuarto, porque refuerzan los lazos con los que retienen (somos así de posesivos). Y si hay algo que no soporto es que me retengan. Así que mi vida es la historia de la lucha por volver a ser yo mismo después de ser como quieren los demás. Al final tengo que quedarme solo: o los demás me privan de libertad, y acabo marchándome, o cuando me la conceden ya no les intereso, y los que se marchan son ellos… ¿Será que nos falta cariño?

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