Hay quien no nos quiere, y aspirar a lo contrario es más
y menos que iluso: es pretencioso. Hay quien dejó de querernos, quien nos quiso
poco, quien nunca nos querrá. No es nada personal, o lo es menos de lo que
solemos pensar. Es más bien topográfico: alguien iba por su camino y nos encontró
por en medio. Si no somos más que un obstáculo, querrá apartarnos.
Spinoza, que tuvo la valentía de ir al meollo
de las cosas, comprendió estas colisiones ineludibles. Si la meta de cada cual
es medrar, el mundo se divide entre lo que está a nuestro favor y lo que se nos
opone. ¿Cómo no impactar contra lo que entorpece el avance? Mucho después,
Nietzsche vino a propugnar algo parecido: lo enemigo es lo que nos contraría, luego
tenemos que plantarle cara con toda nuestra fuerza.
Sin embargo, estos dos adalides
de la libertad obviaron al menos dos factores: que no somos seres aislados, y
nuestro designio pasa siempre por los otros ―por su amor y su cooperación―; y
que somos seres éticos, y eso nos predispone a la empatía, la solidaridad, la
compasión. Todo ello hace la experiencia humana más compleja que un mero choque
de aerolitos. Aceptemos la pérdida en los que no nos quieren, toleremos que esa
pérdida conlleve su pesar y su duelo.
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