martes, 17 de septiembre de 2019

Obcecación

Sé de uno que empezó con una reclamación justa
y acabó tan obcecado por la lucha que olvidó por qué la había iniciado. 

    Su pequeño grupo de acólitos se sentía portavoz de una mayoría que jamás les eligió, y en nombre de la cual desbarataban todos los intentos constructivos. Ya se sabe que es más grato ser rey de unos pocos que un igual entre muchos, y además es fácil creerse justiciero cuando uno solo es destructivo.

Ignoro si fue por ego complacido o por afición, pero mi líder de pacotilla se enredó en una querella que fue subiendo de tono hasta lo desmedido. Si al principio daba inteligentes azotes con su trapo, acabó intentando cazar las moscas a cañonazos, lo cual solo espanta las moscas y derriba pájaros inocentes. Yo, que en esas andaba arreglándomelas como podía con las moscas, no salía de mi asombro al verle perder el norte. «¿Qué quieres ―le pregunté―, arreglar las cosas o acabar de destrozarlas?» Se limitó a acusarme de poco comprometido, mientras hundía una nueva bala en el cañón.

¿Cómo acabó la historia? Dejemos el final abierto. Lo que cuenta es que, al cabo, todos habíamos perdido. Fue como en el tren de los Hermanos Marx, que llegó a la estación, pero a costa de despedazar los vagones. Así es la lucha cuando se pierde de vista lo importante.

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