martes, 10 de septiembre de 2019

Pensar y sentir

Lo que transforma no es el conocimiento, ni siquiera la comprensión, sino la experiencia viva que traspasa.
La experiencia que nos conmueve y nos hiere y nos cura.

La comprensión de las cosas, su ilación lógica, su estructuración coherente, modela las convicciones y los principios de un modo fulminante, pero superficial; difícilmente sondea esa profundidad donde yace lo primitivo, lo emocional que funda e impulsa. Pensar mejor nos ayuda a ordenar la experiencia. No es poco. Analizando podemos enunciar mejores modelos lógicos de la realidad. Nos sentimos más seguros, podemos ser más eficientes en la resolución de problemas, simplificar nuestra vida y dar mejor respuesta a sus desafíos.

Pero el miedo profundo que nos legó la infancia, el desconcierto y el extravío, la falta de sentido, la tristeza y la rabia, la impotencia y la neurosis, el desamparo y el desasosiego, todo eso no se puede transformar con pensamientos, ni palabras, ni teorías, ni doctrinas. Todo eso pertenece al ámbito del misterio y el enigma. Para incidir en él hace falta la experiencia: un contacto denso e intenso con una fuerza que transforme. Hace falta un impacto, un zarandeo, una convulsión, un estremecimiento. O bien una brisa serena, una calma oceánica, una gracia mística. En definitiva: sentir.

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