martes, 3 de septiembre de 2019

Seducirse a uno mismo

A veces, uno tiene que seducirse a sí mismo.
Seducir es mentir un poco, mentir con discreción y con benevolencia y con gracia, para que triunfe la verdad. Porque la verdad no siempre viene hecha, y tenemos que darle un empujoncillo. Entonces, hay que probarle nuevos ingredientes, y batirla con ímpetu, y cocerla a fuego lento, y servirla en vajilla de plata. A veces hay que inventar la verdad, para poder reescribir nuestra historia, para darnos la oportunidad de escabullirnos de la cárcel de nosotros mismos.

Dicen que una mentira repetida muchas veces acaba convirtiéndose en verdad; pero también la verdad cobra forma a fuerza de repetirse. Hay verdades que solo están esperando que alguien les dé una oportunidad. Y para eso, tenemos que seducirnos, enamorarnos como si volviéramos a ser jóvenes y todo estuviera por hacer. Sentir una vez más el entusiasmo que nos hacía poderosos y ―¿por qué no?― la fe que nos hacía ilusos. Solo el iluso está abierto a la ilusión. Tenemos que convencernos de que podemos ser más bellos o más capaces o más valientes o más buenos, o simplemente más felices, que viene a ser la síntesis de lo demás. La alegría siempre es verdad, o merece serlo. ¿Necesitamos más razones para ponernos de su parte?

No hay comentarios:

Publicar un comentario