martes, 8 de octubre de 2019

A vueltas con la soledad

La soledad es hermosa y arriesgada.
Nos libra de los quehaceres, a veces enfangados, que impone la convivencia; pero también nos empobrece, porque amamos esos quehaceres, porque el mundo sin ellos suena a hueco. 

    El amor debería encontrar el equilibrio entre proximidad y distancia. Pero a veces no alcanza, y entonces hay que echar mano de la entereza y la lucidez, que hacen lo que pueden.

Hay que ser prudente con la soledad. Podría cavar tan hondo que el yacimiento se nos hiciera pozo; podría volar tan alto que se nos fundieran las alas. Así de contradictoria es: plomiza y leve, descendente y ascendente. Las dos direcciones son gozosas, hasta un cierto punto; más allá abotargan y tienen sus zozobras, como saben bien los que la han frecuentado.

A mí hoy la soledad me estaba deprimiendo. El silencio, grumoso y tupido, me pesaba en el aire. Las ausencias se me hacían demasiado ruidosas. El día era diáfano y soleado, pero a través de su lente solo podía ver negruras. Una llamada telefónica ha restaurado la luz. He aquí el peligro de la soledad: que las cosas pierdan su medida. ¿Para qué están los demás, sino para obligarnos a pisar la tierra y rescatarnos de las quimeras? Hay que aprender a vivir entre dos mundos.

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