La vida a veces corretea por los prados: ligera, fresca,
fragante y luminosa, abierta de horizontes. Todo parece sencillo y amigable.
Otros días, en cambio, el mundo se cierra como una recóndita caverna, y nos
sentimos atrapados en su lóbrega estrechez.
Dentro del pozo, la luz es apenas un círculo
remoto e improbable que vislumbramos al levantar la mirada. En un pozo se
pierde la noción del tiempo, y en su penumbra palidece la memoria hasta que
dudamos que quede algo más allá. En esa oscuridad es cuando más necesitamos
creer que allá fuera sigue habiendo sol, que esto que ahora nos atrapa es solo
un recodo del camino, y que pasará. Tal vez con esa evocación no resolvamos
nada, pero no cejar ya es empezar a salvarse.
En lo más hondo del pozo es donde más tenemos que pensar en las praderas. Debemos repetírnoslo: esta caverna
es verdad, pero nunca es toda la verdad. Ya hemos caído otras veces, y acabamos
saliendo: el mundo siempre es más grande que nuestros temores. Cuesta concebir la
luz en la negrura, pero hay que afirmar que está ahí y que nos espera. La
impotencia llena de monstruos las sombras, como cuando de niños nos aterraba quedarnos
solos en lo oscuro. Por suerte, ahora ya no somos pequeños y podemos recordárnoslo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario