Mi angustia adolescente ante el egoísmo ajeno demuestra
que era yo el egoísta: incapaz de entregarme, les reprochaba a los demás que no
me prodigaran un abrazo perpetuo, en lugar de preguntarme por qué no se lo
ofrecía yo.
El que no ama no puede percibir las sutilezas del amor que se le
ofrece: anhela demasiado para ver lo que tiene delante.
El sueño de ser amado
incondicionalmente, sin pretensión ni reclamo, es una fantasía primitiva y
omnipotente, la ilusión infantil de ser amado sin condiciones ni intercambios,
sin límite ni esperanza. El amor humano se basa en la esperanza, esa es su
grandeza y su miseria (puesto que la esperanza, como nos enseñó Spinoza, es una
tristeza): yo espero conseguir tu amor dándote el mío. Habría que desesperar (no
esperar) para amar mejor, pero ese es un amor sobrehumano o inhumano.
Para la mayoría de los
mortales, un vínculo no se sostiene si no hay una continua corriente de dar y
recibir; ambos lados necesitan ambas cosas. Si solo doy y no recibo, me siento
vacío; si solo recibo y no doy, me siento estéril. Cuando se ama, dar y recibir
se alternan, o mejor se superponen, de manera espontánea, natural y gozosa;
cuando no se ama, uno teme dar demasiado o recibir poco, y esa obcecación le
impide amar.
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