martes, 29 de octubre de 2019

Hijos de la batalla y del amor

Somos hijos de la batalla, herederos de una larga estirpe de guerreros, de traidores, de asesinos y víctimas.
La Historia es una retahíla apasionada y sangrienta, movida a veces por el amor, y casi siempre por la codicia y la crueldad.


Nuestra biografía también se ha escrito, y sigue escribiéndose, con episodios de afecto conmovedor y enfrentamiento atroz. Nadie es del todo inocente ni del todo culpable; nadie está limpio ni mucho más sucio que los demás. 

¿Cabe esperar de nosotros, entonces, algo más que ese hombre lobo para el hombre que veía Hobbes? Muchos pensamos que sí, quizás en parte por ingenuidad, pero también por convicción y por un firme designio. Muchos de nosotros ―¿la mayoría?― no nos conformamos con el legado de la herida y de la sangre, aspiramos a crear otra cosa, a darle la oportunidad a lo que en nosotros hay de pacífico y sereno, de empático y compasivo, de constructivo y cooperador. Muchos de nosotros nos empeñamos en seguir a quienes concibieron el pacto y el derecho como sustentos de una historia mejor. Porque sufrimos, porque moriremos, porque desearíamos un mundo mejor para nuestras vidas y para nuestros hijos. Muchos insistimos, tercos, en una ética del entendimiento frente a la ley del más fuerte.

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