viernes, 18 de octubre de 2019

¡Qué locura tan triste!

A veces, parece que la gente se ponga de acuerdo para enloquecer codo con codo
, para dimitir de la lucidez individual y ponerla en manos del ciego impulso de la masa. A veces, la confusión se extiende como una ola que arrastra brutalmente a quienes no andan prevenidos contra ella.


Los primeros en ceder son, lógicamente, los que están predispuestos a hacerlo, los que ya han ido mascando su delirio. La llama alimentada con astucia prende fácilmente en la yesca bien dispuesta, y de uno pasa a otro, desparramándose mientras infla esa energía primitiva, reconfortante, de la multitud.

Sucumben luego los moderados. También ellos han sido convenientemente instruidos, bombardeados sin respiro por sinrazones que, a fuerza de repetirse y como dijo el astuto Goebbels, cobran aspecto de verdad. Nada más convincente que el número para disipar las dudas razonables. Nada más hechizante que la palabra henchida de emociones, la agitación de las nostalgias.

Allá van, felices, entonando soflamas de barbarie, arrebatados por los tambores del odio, convencidos del poder fundador de la destrucción. Allá van, despeñándose en masa, entre siniestras sonrisas que nos muestran sus dientes amenazantes. Qué pena da tanta gente atrapada en la mentirosa, cruel obcecación.

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