Pensando, pensando, me deslizo suavemente en el sueño, y
los pensamientos se me van transformando en ensoñaciones… Y no hace falta ir
tan lejos: a lo largo del día, mi mente vuela muchas veces, por su cuenta, a insólitos
parajes interiores donde encuentro ruinas, oráculos o extraños artefactos que
no parecen míos.
¿Habrá tanta diferencia entre el sueño y la
realidad? Se ha jugado mucho con la delgada línea que los separa, sobre todo
porque dentro de un sueño es imposible apelar a nada que esté fuera de él.
Sobre ello han fabulado clásicos como La vida es sueño de Calderón o memorables películas, como La escalera de Jacob o la reciente Origen. Y sobre ello reflexiona aquel
antiguo y poético cuento chino: «Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al
despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era
una mariposa y estaba soñando que era Tzu».
En definitiva, el sueño
interrumpe la realidad, pero para crear otra. Ese viaje diario a mundos
alternativos es lo que hace que los sueños nos parezcan misteriosos y sagrados.
En esto, los sueños ―y las ensoñaciones― se parecen a la propia vida, de la que
en realidad no sabemos nada, y que acaba en ese sueño inapelable, enigmático,
ese sueño sin sueños que es la muerte.

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