martes, 12 de noviembre de 2019

Fotos de bodas

Un amigo mío era aficionado a detenerse ante aquellos viejos escaparates de tiendas de fotografía, que exhibían fotos de recién casados.
A mí, no sé decir por qué, me incomodaban, pero le acompañaba en el pasatiempo.


Mi amigo era un fino escrutador del espectáculo humano; tenía esa mezcla de paciencia, curiosidad y desfachatez ―que a mí siempre me faltó― precisa para charlar abiertamente con desconocidos. Despertaba su confianza y, como no tenía reparo en hacerles preguntas comprometedoras, solían sincerarse contándole sus intimidades, que él luego repasaba con pena y regocijo, dedicándoles su compasión y su sarcasmo. Mi amigo ―se lo dije alguna vez― era un ilustrado algo sombrío, al modo de Rousseau, y a la vez cáustico, como Voltaire. Pero ni siquiera cuando se reía lograba ser malo, porque siempre lo hacía con pena y asombro. Le desesperaba sinceramente la miseria humana: hubiese querido comprender la mezquindad y descifrar la estupidez, y la razón se le quedaba corta en el empeño.

Repasaba los reportajes de bodas con grave contrariedad, y exclamaba, suspirando: «¡Cuántos dramas encierran esas sonrisas forzadas y esos abrazos de maniquí!» Y a uno le angustiaba la impresión de que los novios habían quedado atrapados en las fotos.

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