martes, 3 de diciembre de 2019

Decepción

La decepción es una grieta súbita en la tierra firme de nuestros afectos.
Un abismo por el que se nos desbarranca el apego, una desconcertante sima que nos enseña cuán frágiles son las personas en comparación con la imagen que nos hicimos de ellas.


    La decepción es una puñalada en el amor, porque admirar es querer, y querer es admirar, luego nuestro amor resultó más quebradizo de lo que pensábamos. En la decepción todos perdemos, y por eso decepcionarse es, siguiendo a Spinoza, una tristeza; aunque decepcionar lo es mucho más.

Al decepcionar perdemos nuestro lugar en el corazón ajeno, y, aun cuando se nos conceda otro, ya nunca será el mismo. Se nos retira el aprecio, o la confianza, o parte del valor que se nos atribuía, y eso nos empequeñece, nos hace un poco más incompletos y un poco menos valiosos. Decepcionar es comprobar abruptamente que somos demasiado humanos.

Y ahí comienza la reconstrucción. La decepción es un trabajo de duelo, como el desenamoramiento. A partir de ahora habrá que vivir con ese hueco: por oneroso que resulte, sabemos que será posible. La decepción nos gasta como cualquier dolor, y en eso consiste vivir: en perder, en asumir los defectos y seguir con ellos a cuestas. La decepción es una merma y un don.

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