La decepción es una grieta súbita en la tierra firme de
nuestros afectos. Un abismo por el que se nos desbarranca el apego, una
desconcertante sima que nos enseña cuán frágiles son las personas en
comparación con la imagen que nos hicimos de ellas.
La decepción es una
puñalada en el amor, porque admirar es querer, y querer es admirar, luego
nuestro amor resultó más quebradizo de lo que pensábamos. En la decepción todos
perdemos, y por eso decepcionarse es, siguiendo a Spinoza, una tristeza; aunque
decepcionar lo es mucho más.
Al decepcionar perdemos nuestro lugar en el corazón
ajeno, y, aun cuando se nos conceda otro, ya nunca será el mismo. Se nos retira
el aprecio, o la confianza, o parte del valor que se nos atribuía, y eso nos empequeñece,
nos hace un poco más incompletos y un poco menos valiosos. Decepcionar es
comprobar abruptamente que somos demasiado humanos.
Y ahí comienza la
reconstrucción. La decepción es un trabajo de duelo, como el desenamoramiento.
A partir de ahora habrá que vivir con ese hueco: por oneroso que resulte, sabemos
que será posible. La decepción nos gasta como cualquier dolor, y en eso consiste
vivir: en perder, en asumir los defectos y seguir con ellos a cuestas. La
decepción es una merma y un don.
No hay comentarios:
Publicar un comentario