Kant nos demostró que nunca podríamos tener una absoluta
certeza sobre lo real. Sin embargo, eso no significa que no podamos
experimentarlo. ¿Necesitamos acaso una certeza absoluta?
Por metódica que sea
nuestra duda, nos parece más convincente un dolor de muelas que el pienso,
luego existo cartesiano. ¿Cómo no va a ser real este cuerpo que goza y
enferma? ¿Cómo no va a serlo, al menos, para mí, y eso es lo que cuenta?
La verdad existe, y está en nuestros ojos que
ven y en nuestros dedos que tocan. Incluso en nuestro corazón que siente,
aunque no distinga con claridad lo que siente. «La absoluta y simplicísima
positividad de lo real», dice Comte-Sponville. Tal vez no haya una realidad ontológica
―o no esté a nuestro alcance―, pero sí una realidad vivencial, y con eso debería
bastar: ¿qué necesito, para saber que existe un plato exquisito, más que mi
hambre y mi placer? Descartes inspira al inquirir sobre significados, más que
sobre existencias.
Parece que el mundo no es
como lo percibimos: mi amada consiste en un conglomerado de partículas, su bello
rostro es un pastiche de mi mente, su perfume una corriente en el cerebro. ¿La
amaré menos por eso? ¿Será por eso menos certero mi amor? Me alcanza con abrazarla
para convencerme de acceder a lo real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario