viernes, 13 de diciembre de 2019

Lo real

Kant nos demostró que nunca podríamos tener una absoluta certeza sobre lo real.
Sin embargo, eso no significa que no podamos experimentarlo. ¿Necesitamos acaso una certeza absoluta?


Por metódica que sea nuestra duda, nos parece más convincente un dolor de muelas que el pienso, luego existo cartesiano. ¿Cómo no va a ser real este cuerpo que goza y enferma? ¿Cómo no va a serlo, al menos, para mí, y eso es lo que cuenta?

La verdad existe, y está en nuestros ojos que ven y en nuestros dedos que tocan. Incluso en nuestro corazón que siente, aunque no distinga con claridad lo que siente. «La absoluta y simplicísima positividad de lo real», dice Comte-Sponville. Tal vez no haya una realidad ontológica ―o no esté a nuestro alcance―, pero sí una realidad vivencial, y con eso debería bastar: ¿qué necesito, para saber que existe un plato exquisito, más que mi hambre y mi placer? Descartes inspira al inquirir sobre significados, más que sobre existencias.

Parece que el mundo no es como lo percibimos: mi amada consiste en un conglomerado de partículas, su bello rostro es un pastiche de mi mente, su perfume una corriente en el cerebro. ¿La amaré menos por eso? ¿Será por eso menos certero mi amor? Me alcanza con abrazarla para convencerme de acceder a lo real.

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