Necesitamos héroes para los sueños y personas de carne y
hueso para la alegría. Perseo despierta nuestra admiración, Sancho Panza
nuestra ternura: sabemos que estamos, y siempre estaremos, más cerca de este que
de aquel. A Perseo hay que adorarlo, a Sancho hay que quererlo; Perseo nos
inspira y nos asombra, Sancho nos conmueve de puro previsible.
Los héroes nos incomodan un poco, pues
sabemos que, precisamente porque los tenemos por modelo, jamás los alcanzaremos.
Ni usted ni yo seremos nunca una constelación en el cielo nocturno, ni
venceremos a la Gorgona, ni mataremos a los monstruos. Más bien peregrinaremos
tragando polvo por la tierra, habitando nuestra insignificancia dolorosa y
sórdida, huyendo de los monstruos y escondiéndonos de los enemigos. Usted y yo
sabemos que, si acaso hubiera algo de heroico en nosotros, sería una excepción,
y por eso preferimos vivir a triunfar, por eso entregamos todos nuestros sueños
de grandeza a cambio de un solo minuto más.
El resplandor heroico, como
los remotos astros, nos resulta en el fondo frío y distante. Nos reconocemos en
aquel torpe y bribón Sancho, humano, demasiado humano. Perseo nos intimida
desde su altura, Sancho nos cae simpático cabalgando en asno a nuestro lado.

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