martes, 14 de enero de 2020

Intuición

La razón es cuidadosa y diestra, pero lenta y limitada.
Necesita mucha información, y tiempo para analizarla. A menudo no tenemos ni lo uno ni lo otro: urge la respuesta y los datos escasean.


    Nos quedan entonces los automatismos atávicos del instinto, que es inmediato pero ciego, por lo que igual puede salvarnos que empeorar las cosas: plantar cara cuando habría que huir, agredir cuando habría que contenerse…

Por suerte disponemos de un camino intermedio: la intuición. La intuición observa globalmente, rellena los huecos de información con hipótesis basadas en la contingencia, tiene en cuenta las señales de las emociones y los hábitos que ha consagrado la experiencia. La intuición no obedece a certezas, percibe conjuntos con sentido, gestalts que ordenan el caos fenoménico inconscientemente. Por eso es muy arriesgada, y a menudo mete la pata, y hay que contrastarla con el análisis.

Pero no podríamos vivir sin ella. Porque tiene su propia sabiduría y acierta a menudo. Alguien nos cae mal: seríamos unos estúpidos si no tuviéramos en cuenta ese indicio, aunque lo seríamos más si no lo tomáramos con prevención. Valga como resolución provisional, que habrá que ir matizando frente a la complejidad de la vida. Luego, tiempo y cautela.

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