sábado, 4 de enero de 2020

Whitman

Nos conmueve imaginar a aquel viejo bardo que era Walt Whitman, vagabundeando
con su barba de profeta por las llanuras vírgenes de América y proclamando entusiasta: «Yo me celebro y me canto». Esas pocas palabras me sacudieron como una descarga cuando las leí de joven, en un tiempo en el que no tenía muy buena opinión de mí mismo. Las convertí en una enseña del amor propio escatimado por mi baja autoestima.


La juventud es así de exagerada en todo: en lo hermoso y en lo atroz, en lo apasionado y en lo denigrante. Whitman fue el poeta de un país joven que miraba el mundo con ganas de comérselo (cosa que por desgracia haría, aunque ese es otro asunto). El romanticismo entero es la pasión de una burguesía llena de épica y complejos, como todo adolescente. Pero ni Byron ni Bécquer llegaron a viejos, y en cambio Whitman logró convertirse en el poeta viejo más joven que ha habido, «no más modesto que inmodesto», según confesó.

Personas como Whitman iluminan nuestras penumbras de la madurez con rachas de nostalgia por las preciosas demasías de la juventud. Jamás logré celebrarme como él decía, pero con los años, a medida que se moderaban mis sueños de grandeza, languideció el desprecio por mí mismo y aprendí a quererme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario