viernes, 6 de marzo de 2020

Autenticidad y discreción

La autenticidad es sin duda una virtud, puesto que vindica la verdad.
Sin embargo, me parece una virtud sobrevalorada: la vida va primero. Ni necesitamos mostrarlo todo, ni nos conviene; ni siempre beneficia a alguien. Hay sinceridades incendiarias que encubren el desdén y el despotismo.


    La discreción me parece más prudente y a menudo más bondadosa. También es más difícil, y requiere un afinado tacto. Algunas ignorancias son necesarias, o al menos convenientes. Eso incluye optar a veces por una cierta impostura piadosa, aunque roce la resbaladiza frontera de la mentira.

La vida social sería imposible de sobrellevar con una autenticidad estricta. Sin llegar al engaño, la urbanidad y la cortesía hacen viable la convivencia con su escenificación benévola, con su repertorio de convenciones rudimentarias pero eficaces. ¿Qué le importan mis tristezas al tendero? ¿Por qué atormentar con mis malos humores a la vecina, si hasta yo los eludiría, si pudiera? Una sonrisa, unas buenas palabras, nos ayudan a todos, incluso a mí, que al forzarlas tal vez acabe creyéndolas. Hay imposturas precursoras de realidades por inventar. ¿No son auténticas, en ese sentido performativo? Aristóteles aceptaría que incluso la autenticidad requiere buen juicio y moderación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario