martes, 10 de marzo de 2020

Desenlaces

Siempre que paso por delante del bar donde tomaba el café matutino
, con su áspera estampa de persianas metálicas bajadas, no puedo evitar preguntarme qué habrá sido del simpático dueño y su amable familia.


    ¿Por qué cerrarían de la noche a la mañana? ¿Los sacudiría una grave enfermedad, o simplemente el negocio no salía a cuenta? ¿De qué vivirán ahora?

No suelo entrometerme en la vida de los demás. ¡Bastante atareado me tiene la mía! Sé que en mis inquietudes por esta familia no hay tanto curiosidad como un difuso afecto difícil de descifrar. Creo, honestamente, que esta vaga punzada no se debe a echarlos de menos ―nunca dejaron de ser unos extraños―, sino al hueco que abrieron abruptamente en un rincón familiar de mi cotidianidad. Un vacío repentino y silencioso que no me permitió despedirme. Las puertas se cerraron en la calle, pero no en mi geografía íntima.

Eso me sugiere que el duelo pasa por ponerle trazos a la pérdida. Como en los relatos, ansiamos que la vida narre sus desenlaces, oponerle al vacío una despedida, saber al menos qué fue de lo perdido. En los accidentes de avión nos desesperamos por encontrar los cuerpos: hay que poder afrontar el final, hay que marcar con señales la ausencia para que no se llene de fantasmas.

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