Escarmentado de amoríos después del rapto
fallido de una mujer casada, se entregó a un proyecto más ambicioso y seguramente
imposible: reunir al máximo número de sabios para debatir la totalidad del
conocimiento filosófico, que él había intentado compilar ya en 900 tesis a modo
de programa. Ni sus contemporáneos estaban por la labor ni el papa Inocencio
VIII iba a correr el riesgo de que el conocimiento se escapara del control de
la Iglesia, máxime teniendo en cuenta que el espíritu independiente de Pico no
le había hecho ascos a ninguna tradición, incluidos Zoroastro, Orfeo y la
Cábala.
El congreso de Pico (su
soñada Disputa) no se celebró, pero el alegato preliminar que había preparado
se convirtió en un hito de la emancipación del individuo: el Discurso sobre la dignidad del hombre
sigue alzando la voz para recordarnos que el hombre es digno y libre para pensar
por sí mismo y hacerse en función de su voluntad; que nunca hay que despreciar
de entrada ninguna fuente ni ninguna opinión, pues la diversidad es una riqueza
que le da más oportunidades a la verdad; que no hay que temer la discrepancia
ni la discusión. «Vayamos pues al combate», concluía.

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