viernes, 17 de abril de 2020

La fuerza de lo colectivo

Este virus maldito mata a muchos, nos aterroriza a todos; ha infectado nuestra cotidianidad y volado los cimientos del futuro.
Pero quizá su daño de más enjundia sea haber quebrado la espina dorsal de nuestra sociabilidad. Aislándonos unos de otros, el virus disgrega la materia con la que construimos lo colectivo.


Si logramos vencerle será encontrando maneras de reparar esa arcaica fuerza de lo común. Aciertan los que apelan a la unidad; de hecho, deberán hacerlo aún más cuando remita la pandemia, y salgamos sonámbulos a las calles en ruinas y nos toque luchar codo con codo para reconstruir el mundo que se nos habrá venido abajo. Aciertan sobre todo esas muchedumbres de vecinos que salen a los balcones cada día, a las ocho de la tarde, para rendir un homenaje a quienes nos están cuidando y, siempre que pueden, curando. Aun manteniendo distancia, abandonando por un instante la reclusión temerosa en nuestras celdas, hallamos el coraje de reencontrarnos orgullosos, y en ese ritual de reconocimiento a nuestros héroes armamos de nuevo la sensación de comunidad. Es reconfortante sentir que la llama sigue viva; que, aun forzadamente aislados, no estamos solos. Sentir que aguantamos detrás de quienes forcejean en primera línea por nosotros, escenificar nuestra fraternidad y exorcizar la impotencia.

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