No es lo acuciante en plena tragedia, ni sobran los ánimos
para ello. Pero ya que la mayoría de nosotros, lamentablemente, apenas podemos
colaborar más que con aislamiento y espera, tal vez seguir pensando nos ayude a
elaborar la angustia. Sin aspavientos.
Leer a los sabios, afinar el sentido
común, puede que nos haga más fuertes en paciencia y entereza, en lucidez y
fortaleza, en ecuanimidad y sosiego. Quizá para encarar los tiempos que corren
nos convenga ser más virtuosos.
No sabemos muy bien dónde acabaremos: perfilemos,
al menos, el mapa de adónde queremos ir; parafraseando a Sartre, de qué hacer
con lo que el mundo haga de nosotros. Un mundo que cada día, desbordando
nuestras previsiones, nos somete a una nueva prueba de espanto. Hay que hacer
algo con el horror para que no nos desgarre. Mirarlo a la cara, interrogarlo,
desafiarlo: trascenderlo. Sabemos que cuando salgamos de esta pesadilla todo
será diferente. Necesitaremos la fuerza del coraje, pero también la guía de la sensatez.
Claro que, como suele
decirse, el mapa no es el territorio. Pensar no es vivir. Los actos serán
nuestro verdadero reto, y dejarán poco tiempo para pensar. Ahora que sí lo
tenemos, convoquemos a nuestra voluntad y alimentemos su caldera. Cuando toque
zarpar, ahí estaremos; con el mapa trazado y el empeño resuelto.
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