miércoles, 24 de junio de 2020

Ante los otros

Pocas cosas son un bien para todos. Casi ninguna lo es en el mismo grado. Y ninguna, aun siéndolo, es entendida del mismo modo.
Cada cual tiene sus sueños y sus premuras, sus frustraciones y sus angustias, que a veces nos unen y otras nos enfrentan. Más tarde o más temprano, surge la discrepancia, se declara la rivalidad. 


El conflicto resulta inevitable. Lo lúcido no es pretender mantenerse a salvo de conflictos, sino aprender a manejarlos de la mejor manera. La mejor para uno y, hasta donde se pueda, no la peor para los otros. A menudo, el pacto o la colaboración son posibles. Si tiene que haber enfrentamiento, encararlo del modo más eficaz y con el menor coste posible: ese es el arte de la guerra. 

La felicidad también es eso (o lo es sobre todo): administrar convenientemente los costes de nuestra sociabilidad. Cierto que no depende solo de nosotros, pero la presencia de los otros también es una oportunidad. La rivalidad nos empuja al encuentro de los demás: con suerte, al aprendizaje; con más suerte aún, al gozo, a la amistad o al amor. En cualquier caso, nos saca de nosotros mismos, cosa que siempre es un don, y a menudo un placer. Así que los demás son un problema y una ocasión, a veces un gozo o una redención. Verlos así incluso cuando nos atormentan: eso sería sabiduría. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario