Hacerse valer, ser coherente, lograr lo que se anhela,
requiere esfuerzo. Un esfuerzo que a veces no estamos dispuestos a hacer, o no
nos sentimos capaces: por lo que cuesta, por lo que perdemos. En tal caso, es
fácil echarles la culpa a los demás, a las dificultades, a la vida entera que
no es como quisiéramos.
Pero no les corresponde a los vientos soplar
a nuestro favor, sino a nosotros aprender a manejar las velas y aplicar nuestra
habilidad con perseverancia. La vida siempre se resiste, porque va a lo suyo, que no es necesariamente lo nuestro; somos nosotros, que pretendemos atravesarla con nuestro propio rumbo,
los que tenemos que abrirnos paso en esa inercia. La facticidad suele llevarnos
la contraria, o más bien somos nosotros los que se la llevamos a ella: de ahí
la dificultad, la fragilidad, la transitoriedad del proyecto humano. No le
echemos la culpa por nuestra falta de pericia o de tesón. Quien quiera peces,
que se moje. Lo valioso, como los amantes, espera ser conquistado. Quiere costar.
Por eso, los fracasos nos
interrogan sobre nuestras verdaderas elecciones: muchas veces, haber optado por
la comodidad o haber renunciado a plantar cara. Puede faltarnos suerte o sobrarnos derrotas, pero construir el destino, como dijo Ortega, sigue siendo nuestra tarea.
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