A menudo confundimos los sentimientos con los vínculos a
los que flanquean. Lo primero fue el vínculo, y hasta lo más íntimo se forja
con su materia prima.
La emoción es el signo y la intensidad subjetivos de una
interacción; luego está su significado, que impregnan las circunstancias y los
roles prescritos por la cultura: cada interacción es el desempeño de un libreto
compuesto por la colectividad.
En la base de cada sentimiento hay un guión y su
interpretación, unos personajes y sus papeles. Hablamos de amor, pero lo que
hay es un encuentro de amantes. Hablamos de rabia, pero lo que sucede es un
modo de situarse con respecto a alguien a quien se declara enemigo. La envidia
y el rencor son relaciones de rivalidad marcadas por una asimetría insoportable
para alguna de las partes.
Siempre hay un vínculo en argumentos
y desenlaces, porque las personas no podemos ser sin vincularnos, no podemos ser más que lo que somos con respecto
a alguien. Los objetos son meros motivos de nuestros deseos o nuestras aversiones;
si nos vinculamos con ellos es porque los personalizamos, los convertimos en símbolos
de otros. Robinsón puede sentir miedo o placer, pero no amor o desprecio: le
falta el otro para trascenderse a sí mismo, para articular un vínculo.
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