¿Dónde gravita el límite de nuestro aguante? ¿Hasta qué
frontera se prolonga nuestra persistencia, a partir de dónde nos daremos por
vencidos? La vida va golpeando, y a saber cuál será la gota que colmará el vaso.
Mientras nos tambaleamos, no dejamos de preguntarnos en qué traspiés cristalizará
la derrota.
Con la muerte pasa lo mismo; como con ella,
hay que contar con la ruina, pero sin darle muchas vueltas. Spinoza nos animaba
a que solo pensásemos en la vida: meditemos pues sobre qué hacer a nuestro
favor, pues lo que nos contradice ya llegará por sí mismo. Estar vivo es seguir
luchando, y eso es lo que cuenta.
Boris Cyrulnik nos sobrecoge
con sus recuerdos de los campos de concentración nazis. Algunos reclusos
desesperaban pronto, y no tardaban en morir. La muerte acude en cuanto la vida
se rinde. En cambio, otros aguantaban, y se acorazaban en el dolor: tenían eso
que Cyrulnik llama resiliencia. Un empeño difícil, un don raro… ¿o no tanto? Creer que la vida vale la pena,
aun mostrando su peor cara… Amar, sentirse amado, acariciar un proyecto…
¿cuántas veces nos salvan esas cosas? Cuando la prioridad es sobrevivir,
hay que agarrarse a un clavo ardiendo. Que no sea por no haber insistido, mientras
valga la pena.
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