Cuando la vida nos extravía, como a Dante, por lóbregos
parajes, ¡cómo nos gustaría poder cerrar los ojos y, al abrirlos, comprobar que
todo ha sido un espejismo! ¡Qué no daríamos por poder volver atrás, y remontarnos
a la encrucijada en la que elegimos mal!
Pero, incluso cuando se nos conceden segundas
oportunidades, ya nada es lo mismo. El mundo ha cambiado, y nosotros con él. Ya
no queda un atrás al que retroceder. La cuestión no es dónde podríamos estar,
sino qué hacer aquí. El sueño de partir una y otra vez del mismo punto, que con
tanta gracia plasma el filme Atrapado en
el tiempo, no es más que eso, un sueño (bastante parecido, por cierto, a
una pesadilla).
¿Quién nos certifica que
otra elección no hubiese sido peor (y esto también lo han fabulado algunas ficciones)?
Es más: ¿quién nos asegura que no volveríamos a elegir lo mismo, incluso ahora
que somos distintos? De todas las encrucijadas ―y cada instante lo es―, ¿cuál
fue el momento clave del que dependía todo? Tal vez, para hacer las cosas bien,
tendríamos que remontarnos al principio del principio, tan lejos de lo que somos ahora que ni siquiera estaríamos allí. Bien está reflexionar e intentar
aprender, pero solo nos queda el futuro, y empieza justo en esto que tenemos.
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