A veces hay que aguantar, y a veces hay que pelear. Porque todos somos buenos, pero no siempre. Porque no todos nos quieren bien. Porque incluso el amor es colisión. Porque también en nosotros lo valioso es frágil como los brotes en primavera, y merece ser defendido.
Y cuando hay que pelear, ojalá contemos con la astucia de Ulises y con la destreza de Héctor. Alzar altas murallas, pero sabiendo que hay caballos de Troya que saben traspasarlas. Tener a mano la espada, recordando que algunos enemigos son hijos de los dioses, como Aquiles; que siempre habrá quien sea más fuerte o más hábil que nosotros. A veces toca morder el polvo y ser arrastrado por los caballos. Hay que morir y renacer mil veces antes de morir. Y, entretanto, hay que pelear.
La batalla no es una bendición. Hay que evitarla si se puede. Hay que insistir en la paz incluso más allá de lo aceptable. Porque la lucha es dolor, y siempre deja un rastro de sangre. Ojalá supiéramos hacer triunfar siempre la alegría. Pero hay quien no la quiere y conspira contra ella. Entonces es la hora de salir en su defensa. Los sabios la ganan con naturalidad. A la mayoría, «lo hermoso nos cuesta la vida», cantó Silvio. Sucumbir en el intento, como le pasó a Héctor, puede ser un deber, incluso para los que no somos héroes.
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