Continúa el crepitar de estos fuegos sencillos, que se obstinan en palpar con llamas trémulas el vientre de la noche. Fuegos que liberan el sol ensartado y seco en el alma del leño. Hogueras recónditas que pocos distinguirán en el perfil dentado del crepúsculo. Pocos y sin embargo suficientes: con uno basta.
Con uno basta para prender al otro lado, para extenderse de torre en torre hasta el corazón del reino. A veces, en la soledad de la noche, cuando mi fogata está en las brasas y apenas le queda alrededor un poco de penumbra, presiento que nadie me habrá visto, me asalta la congoja de estar hablando solo. Poca gente pasa por aquí, poca se detiene a descifrar mi humo. Pero me digo entonces que un día u otro alguien habrá que mire hacia mi lado, que recoja algún chasquido de mi leña y con mi cansado fulgor avive el suyo. Con uno basta, y eres tú, tú que ahora das vida a mis ideas resecas al descubrirlas, al hacerlas tuyas aunque no te basten, tú que vislumbras con tu antorcha en la mano y la pondrás en tu madera para que siga lanzándose a la lejanía.
Solo por ti sigo encendiendo el pensamiento confiado. Por ti, y también por mí, para que no se me escurra el tiempo sin agotar la leña, para pasarles a otros lo que otros me enseñaron. ¡Que continúen los fuegos!
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