Cuando de lo que se trata es de resistir, es hora de movilizarse. Hay que echar mano de reservas profundas, apelar a fuerzas dormidas que a menudo desconocemos. Hay que hacer valer lo que nos anima sin traicionarnos, apartando fútiles reticencias y miedos inoportunos. Hay que concentrarse en flotar y avanzar donde se pueda.
Nuestras bazas serán, sobre todo, el coraje y la lucidez. No es ocasión para el lamento o la autocompasión; tampoco de creernos invencibles y mostrarnos temerarios. Se requiere una determinación prudente. Actuar como si fuéramos mejores de lo que somos, para serlo, sacando partido de las debilidades como si ocultaran potencias por desarrollar. Manejar los ineludibles errores con paciencia y astucia, buscando la manera de volverlos a nuestro favor. Persistir, como la gota sobre la piedra, como la cima frente al viento. Movernos con la presteza y la agilidad de los jóvenes, y con la pericia de los viejos.
Tenemos que convocarlo y enlazarlo todo en nosotros, y apoyarnos en los que nos quieren. Querernos y protegernos, dispensarnos en la derrota y obstinarnos en el entusiasmo. Y si finalmente sucumbimos, hacerlo con gratitud y entereza, ensanchando la mirada más allá del episodio: mientras dure la vida quedarán días y batallas.
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