viernes, 30 de octubre de 2020

Sabios anónimos

Los sofistas tenían razón. Existe una sabiduría práctica
, una sabiduría de la acción pura que no precisa de muchas ideas: le bastan pocas y certeras, las justas para actuar con acierto.


No se orienta por la verdad abstracta, tan ajena a la vida, sino por la del que perdura y repara. Autenticidad de Spinoza frente a verdad de Platón; Nietzsche o Sartre frente a Kant. 

Para los que gozan de esa sabiduría discreta pero eficaz ―la del herrero, la de la madre, la del campesino, la del relojero que ajusta diminutos engranajes―, para esos sabios que no recordarán los libros pero sí un puñado de corazones, puede que la vida no sea más pródiga, pero sin duda será más sencilla. ¿Qué tiene más mérito que hacer crecer o funcionar? Quizá esos sabios no cambien el mundo, pero no dejan de poner lo necesario para que cambie. Ese pequeño mundo de lo inmediato, el único que se tiene. 

Quizá los sabios anónimos no nos dejen brillantes teorías ni admirables razonamientos, pero nos enseñan que, más que ser sabio, lo que cuenta es actuar como si uno ya lo fuera. Quien se levanta con una sonrisa es un maestro. La vida transcurre en los días laborables, no en los solemnes ceremoniales; la vida quiere funcionar, y por eso no llama al filósofo, sino al fontanero. 

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