martes, 27 de octubre de 2020

Temer al miedo

Epicteto acertó: solo hay que tenerle miedo al miedo.
Me permito precisar: a lo que el miedo nos impide hacer. Porque el miedo justamente consiste en eso, en no hacer, en quedarse inmóvil en la bifurcación sin optar por un camino.


Cuando se da un paso, el miedo se convierte en otra cosa, tal vez en otro tipo de miedo, pero creador, puesto que afirma; en una forma de temor, en cierto modo, poderosa. Spinoza diría: en una potencia; algo que nos hace crecer y fructificar. La reticencia nos encoge ―y no hay más que ver cómo se arruga el temeroso, cómo intenta hacerse pequeño frente al mundo―; la acción, en cambio, nos ensancha hacia el futuro, hacia la infinitud de lo posible. 

Por oscuras que sean, las sombras solo son sombras. En cambio, una huella es más que una huella: es el testigo de un paso, de una intención, de un desafío a lo posible. Un error es el fracaso de un intento, pero siempre le quedará el intento; una retirada es el fracaso del ser entero, puesto que es un no ser, un no haber sido, un no poder ser. Hay que temer al miedo no porque nos haga cobardes, sino porque nos veda la tentativa de ser valientes. Hay que temer al miedo porque cierra la puerta antes de abrirla, porque implanta monstruos donde solo había dificultades… y oportunidades.

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